MEDIO
SIGLO DEL ATENEO
(ES
TANTA GENTE…TANTA GENTE)
Discurso de Orden del Licdo. Simón Petit Arevalo en
la
Sesión solemne de la Asamblea Legislativa del
estado Falcón con motivo de los primeros 50 años de fundado el Ateneo de Punto Fijo.
Punto Fijo, 27 de septiembre de 2016
Audio del discurso, pisa el reproductor
.
La
primera vez que entré en la antigua sede del Ateneo de Punto Fijo fue a
mediados de 1976. Recuerdo que esa noche estaba el prof. Román González tocando
trompeta en unos de sus ensayos y así como entré, salí. Andaba de lo más radical
por mi militancia en el PRV-Ruptura con mis escasos 14 años y consideraba este
tipo de instituciones un recinto de personas excluyentes de la población
marginal, élites encumbradas y almibaradas en las bellas artes con su disfraz
atravesado y por tanto enemigos de la cultura popular además de reformistas que
amparados en la izquierda electorera se hacían llamar intelectuales de
avanzada.
Esa
fue la imagen, hasta que comencé a ver que este ateneo era muy distinto a los
del resto del país. Su integración con las reivindicaciones populares y su
participación en las luchas puntuales del momento, como por ejemplo, la
creación de la Universidad Francisco
de Miranda, la municipalización del gas, las jornadas de solidaridad con la
revolución nicaragüense y salvadoreña, la defensa del Cerro Galicia, entre
otras tantas, me hicieron cambiar de opinión y considerarlo como lo que es y
aspiramos seguirá siendo: un ateneo
revolucionario, de cambios y progreso para la ciudad y verdaderamente ligado al
pueblo, quien siempre espera que le siga apoyando y despertando su inquietud de
formarlos como ciudadanos integrales para con su futuro y la consolidación de sus
cuadros irreductibles para este proceso histórico político de Venezuela.
Rubén Ismael Padilla Presidente vitalicio. |
Los
ateneos como bien sabemos, son instituciones privadas, autónomos. Nacieron para
ser contrapeso y contracultura de las dictaduras y hasta cierto punto esa
ventaja los hace ser activos o pasivos con el establecimiento del sistema
político, es decir, revolucionarios o reaccionarios según el caso. Atrás queda
la imagen de los señores almidonados y mujeres encopetadas cuando hablamos del
Ateneo de Punto Fijo, la imagen que tenemos desde hace 50 años, es la de un
Rubén Ismael Padilla, parado junto a la puerta principal de la vieja casona de
la calle Arismendi, con su eterna guayabera, mirando al este con su cara de
malasangre, pero que en el fondo quien pudo conocerlo bien, encontró a uno de
los hombres más nobles y preclaros de este mundo. Era ver a Guillermo de León
con sus culos de botella, que pareciera no ver nada; pero que le sabe la vida a
todo un pueblo; rodeado de amigos que se pelean por andar con él y llenando de
orgullo el gentilicio paraguanero con sus referencias nacionales.
Y
aunque las instituciones no son hombres ni mujeres, son los hombres y las
mujeres quienes las hacen. Por eso cuando llega la nostalgia, recordamos primero
la historia de la fundación de este ateneo como idea primaria en las aulas del
liceo Mariano de Talavera en 1959 y después gracias al empeño de Nhur María
Játem, aquella reunión del 27 de septiembre de 1966 en su casa, junto a Rubén
Padilla, Juan Toro Martínez, Jubal Mavárez, Elvia Játem de Hómez, Virgilio
Arteaga Hernández, Cheché Fernández Oviol y Guillermo de León Calles entre
otros. Vendrían más colaboradores a formar parte de la directiva en años
posteriores, como por ejemplo: Pedro Angel Gutiérrez, Alicia Carrasquel de
Obando, Ingrid Sierralta de Herrera, Humberto Reyes. Entonces también es
inevitable recordar a Ramón Cobis en la puerta con su cachucha desteñida y al
inolvidable Angel Arévalo paseándose el pasillo del viejo ateneo con el rojo clavel
en la solapa de su traje azul. Cómo no recordar a Ana Coello reclamándole a la
gente que esperara se secara el piso para que pasara a las aulas. Es acordarse
del compadre Julio Colmenárez organizando la pachanga en el salón de la Coral Román González con los
también compadres de Cuatrocantos y Lupe Chirino, todos acoplados en su
desorden a los gritos de silencio, orden y compostura de los muchachos de la
clase de cuatro que correteaban por el pasillo con la posterior carcajada
alcahueta del maestro Felipe Amaya Chirinos. Es ver sentados en un mueble a
Gustavo Colina, Coco Irausquin, Karina y Neptalí Rojas, ensayando con los
Jóvenes Cuatristas de Paraguaná. Es recordar a nuestro Humberto Alzugaray y su
poesía combativa enfrentando la discusión en la esquina de Pablo sobre el
Glasnot y la Perestroiska
con David Guarecuco y Raúl Guadarrama.
Ruben Ismael Padilla al centro con alumnos y profesores del Liceo Mariano de Talavera |
Pero
también era bucear el tongoneo de Morela Valdez y disfrutar la risa estridente
de Dorita Hernández por algún chiste colorado de María Jiménez, era escuchar el
teclear la correspondencia de la perpetua presidenta honoraria, Doris Leal de
Rosendo, el taconeo de Euqueria Reyes tras la noticia o el rostro sin igual de
Máximo Reyes con Tony García y Américo Parra, haciendo las picardías de la
tarde con sus marionetas eróticas. Ver a un Abraham Aldama con Edgardo Morillo,
Andrés Zabala y Norma Lugo, animando a los niños con sus cuentos y títeres. A
un Asdrúbal Hernández y Chubeto Chirinos con Oscar Sáez silbándole a las chicas
que llegaban buscando información sobre algún curso y en el entretanto del
piropo en el fondo escuchar las voces de la Coral Román González dirigida por
Jhan Medina apoyado por Monche Ruiz y Sorelis Mujica. Es el desfilar de niñas
con su trusa negra y pantymedias rosadas, haciendo los pax de deux y copiando
los dibujos coreográficos de Diana Primera, Haydí Marín Carlos Soto y Orcelis
Marcano, bajo la atenta mirada de Jorge Esteva. Fue ver los primeros ensayos de
Kanvahué con Alisia Polanco, Soraya Chirinos, Mónica Berríos y Zully Marval. Fue
disfrutar de los tambores del Barrio Modelo y La Rosa con Lúben Martínez y
Frank Yaraure. Son las locuras de Osterman Velásquez con sus perfomances o el
desespero de Wilmer Yajure colgando cuadros de sus alumnos, una hora antes de
la exposición. Es tanta gente… tanta gente.
Era
un Vicente Hernández, un Carlos Miranda, Carlos Sánchez, Leonel Nuñez, Indiro
Delgado, Charles Rodríguez, Reynaldo Hidalgo, José Bracho, Justo Barráez, Saira
Romero, Mary Yagua, Luis Rodolfo Martínez y la flaca Iraida viéndose eternamente en un
Espejo y que ocasionalmente se convertía en un Terrón de Azúcar para los niños.
Era Víctor Ocando tocando el piano y Pedro Luis Boada la trompeta. Tanta gente,
Dios. Porque se trata de mística y compromiso, de disposición y preposición
para el trabajo cultural, que aunque encerrado en cuatro paredes y lejos de lo
que llamamos masificación cultural, la verdad sea dicha, era semejanza a la
fiesta de algún patio de la casa vecina. Porque era gente que nunca se había
propuesto rasgar una guitarra y lo logró con Emiro Querales, era hacer teatro y
buscar otros horizontes y lo hicieron, como Yuri Díaz, Eduy Jiménez, Eduardo
Zavala y Andrés Castillo, o fue quedarse para siempre en estas tierras como Martí
Hurtado, Jorge Naranjo, Pedro Amaya y William Nieto, en otras funciones ajenas
a la pasión y la locura; pero donde también el teatro ha sido útil. O es un Pepe
Riera con sus peas lloronas y abrazos exaltados de fin de semana en Las Turas,
otro ateneo a escasos 100 mts que albergaba el torrente de amigos después de la
función. Es recordar en la cabina de sonido a Alfredo Molleja y Víctor Gavidia
escuchando los conciertos que grababan y disfrutaban a escondidas con el
pecaminoso licor junto a Jorge González y Humberto Díaz, mientras Leonardo
Gotopo agarraba su cuatro y se iba a cantar en las parrandas con Omero Mota. Y
también es rememorar las visitas de Pedro Gamboa, Víctor Hugo Bolívar, Salomón
Lugo, Humberto Clark y Camilo Hurtado a la oficina, hablando de política, poesía
y literatura, temas que por su pasión, nos inducía a buscar el color de una fría
y espumosa rubia allá en El Imperio; pero, ojo, en El Imperio de la esquina de
la Ecuador frente a la esquina de Pablo.
Era
un Jesús Montilla organizando vecinos y tratando de solucionar entuertos
habitacionales y sindicales con Humberto Arciniegas y Raúl Primera. Era la
discusión de pasillo de Douglas Salazar y Rómulo Zabala, con airados tonos y
semitonos que parecieran a punto de irse a las manos; pero ¡oh sorpresa!, no se
van. Más bien se iban al Miami para encontrarse con Alexander Sierraalta y
Chucho Bello y de allí con el zigzag de la ebria noche a sus casas. Digo era
porque el tiempo pasa y es como la obra de Marcel Proust ¨En Busca del Mundo
Perdido¨. Es ese momento del mordisco a la catalina y el sorbo del tibio té que
le transportan al Combray de su infancia, con su iglesia y campanario junto a
la plaza y los vecinos. Esa sensación es la misma al hablar sobre el ateneo: un vuelo fugaz, raudo de los
recuerdos y de las épocas. Es tanta gente….tanta gente.
Grupo de Divulgación Folclórica Turaguas en su época de Oro |
Quizá
se escapan los nombres, quizá la memoria falla; pero definitivamente, son
hombres y mujeres quienes hacen las instituciones. Acudo al poeta argentino
Antonio Porchia para mi salvación: ¨Hay cosas tan nuestras que las olvidamos¨.
Supongo que en los próximos 50 años, habrá más olvido. Sin embargo hay todo por
decir. Por ejemplo, que el ateneo es pionero del movimiento cultural en
Paraguaná de la última mitad del siglo XX. Que después de su fundación,
crecimiento y desarrollo, florecieron a la par casas de cultura, nuevos ateneos
y fundaciones culturales en esta Paraguaná. Y que el ateneo sirvió de estímulo
para la formación de nuevas agrupaciones. Que se han hecho festivales de todo
tipo. Que ha sido tribuna abierta y pluralista para la discusión y crítica del
pensamiento político universal. Que ha tenido ilustres visitantes y no menos
importantes conferencistas. Que se ha dado el lujo de presentar eventos
internacionales y montar en su escenario a los más importantes artistas
nacionales. Que queda mucho para decir por tanta gente y para tanta gente…tanta
gente.
El
tiempo gira y en uno de sus giros me tocó el honroso privilegio de empuñar el
testigo que Guillermo de León Calles dejaba en la Dirección General.
Fue en Enero de 1993. Y desde entonces en lo posible traté de mejorar esa gestión
con la perspectiva de tener un ateneo más ambicioso en sus proyectos. Los
sueños fueron saliendo del contar novedades, del mirar actitudes, del copiar
experiencias. Y fue armándose la figura de un ateneo más inclusivo de lo que
era, con más participación ciudadana e institucional. Fue construyéndose una
base más sólida en cuanto a la visión de su futuro.
Ya
la institución rectora dejaba su estela a la nueva concepción de ser la
referencia cultural del Caribe. Ya el ateneo comenzaba ser, con la vergüenza
del espacio, la sala más importante de esta comarca; aunque nos mantuviéramos
luchando por este auditorio que en buena hora ante algunas amenazas de despojo
de pertenencia sobre el edificio que por derecho teníamos, solicitamos en
comodato desde 1996 para acelerar la conclusión de los trabajos de un
paquidermo guanábano.
Mientras
tanto en Coro se concluía el Teatro Armonía para bien de Falcón, una decisión
que nos alegraba profundamente; pero en el fondo sentíamos mezquindad y egoísmo
por parte de los gobernantes de entonces. Como siempre nunca desmayamos y
seguimos trabajando. Es lo mejor que sabemos hacer y si bien los indicadores de
gestión de cualquier gobierno se manejan con tangibles, es decir con
infraestructura e inversiones mil millonarias, nada de esto tiene comparación
con el incalculable valor y el enorme impacto social del intangible que genera,
produce y multiplica la cultura:
gente y más gente que en la hermosa y permanente diversidad le da un color a la
patria, una forma al país, una identidad a la nación y un excepcional bien a la
tierra que día a día nos alimenta con su naturaleza y sus saberes.
Fachada de la nueva sede. |
Y
he aquí una reflexión que conlleva a profundizar en el concepto. La cultura moderna es el cultivo de la "espiritualidad"
humana; la cultura en la modernidad es el camino hacia la humanización. La
humanidad, entonces, a través de la cultura debe encontrar su espíritu para ser
libre. Y aquí también recuerdo a José Martí cuando decía que ser cultos nos
hace libres. En efecto, quien cultiva su espíritu orientando sus inquietudes,
sus angustias, sus temores, sus querencias, sus amores y sus pasiones en la
universalidad de las artes, las ciencias y los libros, sin duda tendrá una
mejor visión y disposición de servicio para la construcción del futuro y, claro
está, de valoración por las costumbres y tradiciones que es también respeto por
los saberes y cultores. De eso se trata: de compromiso, de cumplimiento de fe,
porque cuando la espiritualidad toca nos invade la fe. No tanto por lo que
pueda venir o podamos esperar en la providencia divina, sino en lo que podemos
hacer por el prójimo, porque creemos y tenemos fe en él, y por supuesto en
nosotros mismos, en la capacidad de respuesta que demostramos frente a circunstancias,
muchas veces adversas al deseable para poder cumplir el objetivo.
En
ese sentido el ateneo puede considerarse una escuela, porque asimila la
experiencia de un saber que se construye a partir de otro saber, ya no como
desarrollo y repetición, sino como ruptura, como proyección, como
transformación, con el fin de realizar un fenómeno o un acontecimiento de
manera exitosa o satisfactoria. O dicho de otra manera, el papel de una
institución como el ateneo comienza con ese principio de la incertidumbre en el
que el estímulo a la creación emerge de la recreación y viceversa. El organismo
administrador construye su propio modelo de gestión y edifica su relación de
institución – comunidad y ello establece lo que debe ser el tallado de la
institucionalidad de los nuevos tiempos, partiendo de la existencia de la
multiculturalidad y en consecuencia de una pluralidad de conductas, de
intereses, de posibilidades y en general de tareas a realizar, considerando que
la participación social y cultural se diversifica en múltiples agentes cuyas
tareas son muy variadas, pues pueden transitar de la mera conservación de ciertos
valores culturales, pasando por su reproducción, hasta postular su evolución.
Gustavo Colina imagen del Aterneo en el mundo. |
Son
50 años de un ateneo que, como un puente, ha visto correr el agua, en
oportunidades con la furia del aluvión y en otras con el desplazamiento lento
de un manantial que se niega a morir; pero que amorosamente sigue su noble
misión de calmar al sediento que llega. Son 50 años de recibir y despedir
ateneístas, alumnos formados en las aulas y sembrados en toda la geografía
falconiana y parte de Venezuela. Y sin embargo, ahora es cuando tiene que dar.
Esta sede es complemento de esos sueños que siempre hemos tenido y qué bueno
que haya sido Jesús Montilla quien concluyó los trabajos de construcción. Qué
bueno que fue un ateneísta en su investidura de Gobernador y gracias a su
sensibilidad y valoración al ser humano, a Jesús Montilla debemos que este
ateneo lleve el nombre del referente más importante de la lucha cultural en
Falcón, Rubén Ismael Padilla.
Tal
vez se borren algunas imágenes de la antigua sede –que ahora es la Escuela de
Danza del Ateneo- y comiencen las de este sitio, con otros corazones, otras
esperanzas, otras perspectivas, otros sueños. Es evidente que la sangre nueva
intentará mejorar lo que está hecho. Es lo absoluto y relativo de ese contexto paradigmático
y es lo que tanto ateneístas de ayer y de hoy exigen. Obviamente se requerirá el
concurso y la participación de todos. Y por supuesto, continuará la lucha por
un presupuesto acorde para con su desarrollo y una captación de recursos
financieros como autogestión que en los parámetros de la dignificación del
esfuerzo, deberá hacerse vigente.
Dicen
que después de los 50 la vida se torna más interesante. La productividad es más
plena y la experiencia ayuda a resolver situaciones difíciles y observarlas con
otro criterio. Que la paciencia se profundiza y la sapiencia se reproduce y se
enriquece con lo vivido cada día. Después de los 50 este ateneo en definitiva
será otro y quienes hemos tenido la fortuna de compartir con él, sabemos que
será a futuro el único de nosotros que se mantendrá en pie, perpetuando como
suelen hacer los viejos cultores de la literatura oral, la recitación de
nombres de ese contingente de músicos, pintores, teatristas, cineastas,
bailarines, titiriteros, poetas, amigos y locos que transitaron sus espacios, confirmando
así que la mejor riqueza y el verdadero patrimonio que una institución puede
tener es el recuerdo del ejemplo y trabajo de tanta gente…tanta gente, siempre
presente y consecuente, como hoy en su medio siglo.
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